No sentina nada ni escuchaba nada, era como la calma después de la tormenta, como si unas aguas incontrolables e indomables hubiesen sido domadas por el más temible de los marineros, con tan solo una mirada, sujetando el timón y llevando el control de las velas a toda proa. Donde el timón, era mi corazón revolucionado incapaz de cesar los latidos cada vez que nuestras miradas chocaban y las velas mi razón, mi racionalidad y mi lógica. Pero después de todo yo caí hace tiempo a tus pies y tú a los míos. Donde tú, eras mi Eros, que domaste lo indomable caminando sobre mis aguas rebeldes, flechándome, incapaz de sacarte de mi mente y yo como tu Psique, cegado por mi belleza y encanto, incapaz de olvidarme, pero nuestro destino ya estaba sellado por los mimos átomos, donde tu sucumbiste a mi gallardía y yo a tu amor.