«Recuerda que solo los cobardes mueren, heridos por la espalda mientras huyen. A los guerreros, como tú y como yo, nos aguarda el Valhalla». Poco sabía Einar a lo que habría de enfrentarse por traspasar los límites de su campamento vikingo, impuestos por el jarl en aquella tierra extranjera. A pesar de todo, él era un guerrero y no estaba dispuesto a morir sin luchar. No temía a los celtas. Bueno, tal vez a uno solo: a aquella muchacha de cabellos flamígeros y ojos de bosque, de sonrisa luminosa como el sol, que aceleraba la sangre en sus venas y le hacía temer que pudiera perder el corazón. Algo que debía evitar a toda costa, porque él era el hijo del Dragón, y ella su enemiga.