Anna, pese a ser una niña de apenas ocho años, ha convivido lo suficiente con sus abuelos para saber que, aquella unión que su familia ve como un buen amor que floreció en la juventud hasta madurar, conlleva más que un 'te quiero' y la ilusión de amar para compartir tu vida con quien amas. Sabe que debe haber valentía y entrega, y la consideración de velar por el otro. Como los detalles que su abuelito Lou tiene con su abuelo Harry al retirarle los lentes cada que cae dormido en su sillón; o cuando su abuelo, sin ser el mejor cantante pese a que dice haber asistido al coro de la escuela, le alegra las mañanas a su abuelito con un canto al despertar. Y Anna solo quiere, desde lo más profundo de si misma, escuchar la historia completa que los ha llevado a aquel instante, donde las galletas saben a miel y la canela revolotea en su nariz hasta hacerle estornudar, junto con el chocolate caliente que está a la temperatura adecuada para entibiar el corazón.