La muerte una vez se enamoró la vida.
Se aferró a ella con tanta fuerza, que sus manos cubrieron el brillo ajeno y apagaron lentamente la escencia de lo que alguna vez llegó a ser su compañera.
La muerte ahora la observa a distancia, la ve jugar, la ve correr, reír, llorar y crecer, retiene las ganas que tiene por acercarse al observar sus manos huesudas y frías.
Y es en ese momento que se da cuenta, por más que quiera nunca la podrá reconfortar, nunca podrá estrecharla entre sus brazos ni sus manos serán capaces de tomarla, ya que esta se desvanecerá entre sus manos.
Ella permanece sola, en espera a que algún día sus manos puedan tocarse y pueda volver a quererla como siempre lo había anhelado.