La vida de Cristina Álvarez Rivas está sujeta a una trama paralela que ella ignora.
El pasado que desconoce y el que ha olvidado, colisionan en un presente turbulento, cayendo las piezas de dominó una a una a medida que avanza su estancia en la hacienda de su familia. Se ha marchado de ella obligada hace diez años, a causa de un escándalo que marcó su vida y a la que regresa por la muerte de su madre, por el llamado de una promesa que no recuerda y por los hilos que maneja el verdadero enemigo, que revelará todos los secretos de la familia mientras siembra el caos y la muerte.
Una pasión borrascosa lo confunde todo. En aquella neblina, diferenciar los aliados de los enemigos será difícil. Porque además de todo, Cristina finge estar ciega, aunque muchas veces podría estarlo, cuando su mente intenta controlarlo todo y su corazón ignora lo que siente en Ojos que no ven.
Asher pensaba que tenía una vida perfecta. Era el mejor en su equipo de hockey, tenía las mejores notas en la universidad y un grupo de amigos que parecían serle fiel.
Pero cuando conoce a Skye, la hermana de uno de sus mejores amigos cree que la chica está loca. Tiene una actitud tan dura que es difícil de romper y suele irritarlo todo el tiempo desde que se ha mudado a vivir con su hermano y él.
Y cuando los chicos del equipo le proponen que no conseguiría conquistar a alguien como Skye, lo ve como un reto que está dispuesto a jugar, una apuesta para conquistar el corazón de alguien como Skye es suficiente para que Asher acepte, pues es demasiado competitivo y no está dispuesto a perder su puesto en el equipo de hockey y pasarse el resto del año en la banca como le han apostado.
Sin embargo, a medida que conoce a Skye, Asher se da cuenta que la chica es todo lo contrario a lo que le ha tratado de demostrar, conquistarla no parece tan complicado como pensaba y el corazón de ella no parece ser el único en juego.