Podía sentir el viento contra su rostro, la suave brisa mecía con gracia sus mechones cortos albinos. Vapor salía de su nariz al exhalar, ruborizada de color carmesí por el frío de aquella época invernal, piel blanca como la nieve que caía a su alrededor y ojos rojos como la sangre misma. Su figura envuelta en bufandas, sacos gruesos y ese ushanka gris en su cabeza la hacían ver como una muñeca rusa. Miraba el lago congelado desde la barandilla, su vista perdida en el hielo grueso sobre el agua, alta e imponente como una verdadera estatua de una divinidad misteriosa, de las que se rumoreaba que se movían cuando nadie las veía. Respiraba con calma extraña, toda su aura era extraña y te hacía sentir fuera de lugar, fuera de tu zona de confort. O al menos, eso sentía el rubio que la vigilaba desde la lejanía.
1 part