Leon S. Kennedy se había descuidado: durante la misión, alejado de Estados Unidos y en una España rural en un pueblo totalmente abandonado por Dios, no prestó la suficiente atención y terminó siendo infectado por la Plaga. No sabía hasta qué punto podría resistir la infección sin perder la conciencia y entregarse al culto de Los Iluminados, pero cuando todo su cuerpo comenzó a vibrar y el calor en su pecho se expandió hasta su rostro supo que estaba llegando a un punto crítico.
«Dame un momento, Ashley», pidió a la rubia, quien asintió.
Y entonces salió de la habitación en la que ambos estaban descansando. Recorrió un pasillo, agradeciendo la brisa fresca de la noche, hasta que se encontró con una figura misteriosa: una mujer, que lo observaba con quietud desde la sombra de dos puertas entreabiertas... Leon desenfundó su cuchillo. La osuridad no le permitía saber con exactitud quién era, pero internamente rezó porque no fuera Ada. Cualquiera, menos ella, en ese momento.
-¿Te vas a acercar o te quedarás ahí quieto? -respondió por fin la mujer.
No, no era Ada.