El día de la primavera había llegado y Eddie odiaba las flores. O quizá odiaba lo chillona que era la voz de las chicas de su salón cuando observaban a sus novios entrar con flores amarillas para ellas, como si no supieran que recibirían un regalo. Era patético y ridículo. "Pensé que tu etapa de amargado había terminado", le dijo Nancy bromeando ante el mal humor de su mejor amigo. "Sólo son unas flores, no es para tanto" "Exacto, sólo con flores, no deberían actuar como si fuera un maldito cádiz de oro" "¿Qué es lo que te molesta? Estoy segura de que Steve debe tener alguna sorpresa preparada para ti" "No se trata de eso", contestó Eddie, aunque Nancy no le creyó. "Entonces, sigues odiando las flores" "Con toda mi alma, sí" "Eso quiere decir que si Steve estuviera viniendo en estos momentos con un ramo gigante de girasoles, ¿se lo tirarías por la cabeza?" "No tiene sentido. Steve sabe que odio las flores, ha escuchado mis quejas sobre el capitalismo un millón de veces, él jamás...", Mierda. Eddie tenía que aprender a cuándo debía callarse. Steve Harrington ingresó al salón de Eddie como si fuese su escenario habitual, ignorando la sorpresa y admiración de algunos compañeros, y caminó con seguridad hacia el lugar de Eddie y Nancy. Tal como su mejor amiga avisó, traía un ramo honestamente muy grande de girasoles, el cual extendió en su dirección. "Steve...", susurró asombrado Eddie. "Feliz inicio de la primavera, bebé", dijo con naturalidad para besar su mejilla. Era el día de la primavera y las chicas lindas recibían flores de sus novios. Eddie Munson recibió cientos de girasoles el día de la primavera de su último año escolar. Steve Harrington acababa de regalarle flores. Cientas. A Eddie. Mierda.