«Oh ... por fin ha llegado esa niña del convento por qué me piden su protección...»
Observó indiferente Madame Adelle. Desde la ventana de la primer planta podía ver la calle con lujo de detalles, en especial, vigilar quien llegaba a su puerta. Como había ocurrido en el momento en que vio a una joven señorita que se detenía enfrente de la entrada de su pequeña y humilde mansión.
«... ¿Se creerán que yo puedo dar caridad a manos llenas?... que fastidio... Pero... pensándolo bien, puede que esa mocosa me sirva para algo...»
Así era ella, siempre buscaba el beneficio en sus actos caritativos. Esta oportunidad, no sería la excepción. Miró con más atención a la joven que seguía en la entrada.
De esta forma pudo constatar que era una muchachita de aspecto inocente, brillante cabellera castaña y de piel inmaculada. Al juzgar por las curvas que se dejaban entre ver a través de la ropa, su apariencia era perfecta, aunque de pecho plano, se podía notar un buen par de caderas con una curvatura deliciosamente pronunciada. Adelle sonrió con satisfacción.
- Ella será una de mis niñas en el burdel...- anunció complacida.
-No lo creo... salta a la vista que es una niña muy inocente, Madame- observó Mateo, un inquilino que nunca llegaba a pagar la totalidad del alquiler.
Adelle lo fulminó con la mirada. Él era un escritor frustrado. Uno de esos tipos que ella odiaba con toda su alma. Debía deshacerse de él de alguna manera. Quizás, esa era la oportunidad perfecta.
-Bien, encárgate de que pierda la inocencia, entonces...
-¿Y si no lo consigo?- sugirió dándole a entender que no acataría la orden.
Eso la molestó. Nadie se atrevía a cuestionarla de aquella manera.
-Vete buscando donde estar... - sentenció finalizando la conversación.