A cierta manera de confesión, florece un inherente pesar de cuyos juicios remarcan las comprobadas vivencias de su sujeto. Una especie de mundología de su propio bagaje lo deja en un frío desatino concerniente de su vida amorosa. Aunque no se ha desatinado en una reclusión de la vida de dueto, ha suscitado tres personajes que merecen tener sus capítulos propios y ser sacados del dechado. No reciente pero siempre eternos, yace en su memoria episodios amargos y felices, pero sombríos al final que lo obligan a discurrir sus conclusiones para cerrarlas en un código sin elementos más que sólo la remembranza y la gratitud.
Solo su vía de expresión es la síntesis que obtuvo para partir y continuar en su historia, historia que ha sido alterada e intensificada por tres arrebatos que dispusieron su uniforme pisar en una peripeteia asignada.
En mundo actual como éste, donde lo intrascendente es anotado en importancia y, por antonomasia, el canon queda desprotegido; intenta conseguir un retrato profundamente humano en un momento donde el retrato está editado y programado, configurado en procesos de alteración, y dejan una amalgama de huellas a servicio de seguir siendo hipertocado sólo deja en claro una sola cosa: estamos en una huída de lo que somos y, por ello, sobresaturamos las redes de nuestra propia falsa historia. En cambio aquí vemos historias verdaderas, lo conductual de todo retrato: la realidad de una memoria.
Un artificio estético (como la fotografía analógica) que queda mitificado yace en éstas tres síntesis.
Kim nunca pensó que mentir en su currículum la llevaría a una completa travesía con su joven jefe.
Nico nunca pensó que darle una oportunidad a Kim la convertiría en el amor de su vida.