Snape tomó una bocanada entrecortada de aire, intentando reunir aliento y encontrar el coraje para sobreponerse a ese arrollador deseo que lo sobrecogía, e ignorar las intensas sensaciones que estaba experimentando y que lo aterrorizaban. - Tienes que irte... - comenzó a susurrar el profesor, con la voz áspera y temblorosa, antes de abrir los ojos y encontrar al instante los de Potter observándolo hipnotizados, hallando en las profundidades de esos hermosos orbes una necesidad que compartía y que bramaba ser satisfecha - o no podré detenerme, Potter - concluyó, con las manos cerradas en apretados puños, temblando por entero debido al esfuerzo de luchar contra esas descomunales ganas que lo consumían. La mirada de Potter adquirió un matiz inquietante, depredador, que hizo que Snape tragase saliva, tan duro que el muchacho pudo haberlo escuchado con claridad. El profesor estuvo seguro que, de estar sobrio, ese desbordante magnetismo que el joven irradiaba lo habría vencido. Como en ese preciso momento, en que la fuerza de voluntad y la determinación de Severus flaquearon otra vez ante el destello de osadía en la mirada del joven, que delataba el deseo contenido que sentía por él.