Tokyo…la que en su día fue una próspera ciudad. En la actualidad, se encuentra sumida en un ponzoñoso mar de maldad, corrupción y juegos sucios y peligrosos. De los mismísimos infiernos llegaron criaturas malvadas, demonios y monstruos, tan variopintos y heterogéneos como podrían serlo los habitantes naturales del planeta Tierra…y los más inteligentes se hicieron con el control sin legalidad alguna. Los espíritus de los ríos y de las montañas aterran a los ciudadanos y cumplen años y años bajo la imposición de su tiranía. Tráfico de drogas, tráfico de armas, compra-venta de países, corrupción política, trata de esclavos, prostitución ilegal, asesinatos y demás fechorías imaginables en las condiciones más inhumanas que se puedan pensar…con la impotencia como única respuesta del mundo de los humanos. Pese a todo el poder que existe todavía, dada la creciente pugna entre los países de todo el mundo frente a un grupo reducido de demonios en Japón, los humanos no saben muy bien cómo hacer frente a esta amenaza. La astucia humana ha logrado paliar mínimamente los casi siempre escabrosos efectos del dominio demoníaco y, ante el inusitado respeto de los sobrenaturales visitantes del inframundo para con el poder político humano, se vive bajo un pacto de mutuo respeto en el que ni los demonios interfieren con los humanos en el día a día ni tampoco los humanos se interponen en el camino de los demonios. Como no es difícil de suponer, este pacto está lleno de lagunas y cláusulas ocultas que los demonios están explotando tanto como explotan a los propios humanos, a las pobres víctimas que caen en sus zarpas y se convierten en mera carne. No obstante, el pequeño reducto humano que conserva el valor y la voluntad para luchar por la justicia no está desnudo ni desarmado: una fuerza sin igual, un poder tan devastador como noble y una personificación del mismo en un ejército subrepticio existen en los entresijos que el ojo demoníaco
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