Roman no tenía ni idea de lo que suponía convivir con un universitario desordenado, vivaz y con cierto desprecio por el uso de prendas de ropa de andar por casa. Y desde luego, tampoco tenía ni idea de lo que ese díscolo muchacho iba a acabar siendo para él, de como iba a meterse en su mente y su vida, para ponerlo todo patas arriba y descubrirle un nuevo mundo a sus casi cuarenta años.