En el intrincado laberinto de la vida, cada ser humano se adentra en un viaje plagado de experiencias emocionales diversas. A veces, nos enfrentamos a situaciones que despiertan risas, otras que provocan lágrimas, y algunas nos sumergen en el vasto mar de nostalgia y depresión, dejándonos perdidos, sin rumbo fijo. En esos momentos de incertidumbre, la búsqueda frenética de respuestas se convierte en un anhelo desesperado por hallar una luz que guíe el resurgir de nuestras locuras, ancladas en la oscuridad mental.
¿Y qué mejor manera de encontrar esa luz que a través de la escritura? Cartas y reflexiones dirigidas a uno mismo se convierten en puentes hacia el yo interno, una conexión profunda con la esencia que yace en nuestro ser. En la pluma, encontramos la herramienta para explorar las complejidades de nuestras emociones, desentrañar los laberintos de la mente y, al fin, hallar la esperanza que nos permite emerger fortalecidos de las sombras que amenazan con consumirnos. En cada palabra escrita, se gesta el renacimiento, una afirmación de que, incluso en los momentos más oscuros, la luz propia puede ser avivada.
Las votaciones del año 2036 son algo que no me emociona, ya que los candidatos, a mi parecer, no valen la pena, en especial Alejandro Villanueva, aquel chico que se burlaba de mí por mi sobrepeso y al que ahuyenté cuando decidí defenderme. Mi encuentro con él y mi comentario imprudente en la fila para votar es el inicio de una propuesta que no puedo rechazar, así como tampoco puedo negar la profunda atracción y el inmenso deseo entre los dos.
De la noche a la mañana me he vuelto la futura dama y también he descubierto que soy la obsesión del presidente.