Él brillaba con la intensidad del sol en su sonrisa, iluminando incluso la flor más marchita con su alegría contagiosa. Mientras tanto, ella se deslizaba en la penumbra como la noche, emergiendo con la misma delicadeza que la luna. A pesar de ser conscientes de las dificultades que el destino les deparaba, decidieron entretejer la promesa eterna de su amor. Como dos seres destinados a la imposibilidad, rara vez coincidían en el tiempo y el espacio, pero en cada encuentro, parecía que se reconocían desde tiempos inmemoriales. En las horas nocturnas, compartían sus susurros y secretos, atesorando en lo más profundo de sus corazones cada instante vivido juntos.
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