Me gustaría decir que maldigo el día en el que te vi llorar por primera vez, porque fue un día muy triste y las consecuencias de contemplarte en tal estado sellarían aquel destino que nos ha marcado tanto, pero no lo hago. Tu felicidad posterior y las muchas lecciones que los tragos amargos conmigo te dejaron, dependieron específicamente de ese momento, del momento en el que mi corrompido ser deseó por encima de tu consuelo aquella mueca amarga que me sabía a dulzura.