Un chico de ropajes verdes apareció frente a su puerta un día y puso vida de cabeza. Era infantil, no sabía hacer quehaceres, le molestaba en las noches durmiendo con el inundándolo de lágrimas. Sabia el Arrullo de Zelda, tonada que solo conocen las personas más cercanas a la familia Real.
Por culpa de su mentora no tuvo otra opción mas que aceptarlo en su casa.
Era un extraño, un intruso. Siempre sonriendo, una sonrisa que podía alegrar incluso a cualquier alma en pena, sin embargo, sabía que ese intruso escondía algo detrás de esa sonrisa. No por nada se ahogaba en sus propias lágrimas todas las noches. Sabría que era lo que ocultaba esa sonrisa que, aunque no quisiera admitirlo oprimía su pecho con un sentimiento cálido cada que la veía.