Aprendí qué los terremotos cuando aún estaba aprendiendo a caminar. Vi cómo las paredes de mi casa se desquebrajaban, pero no podía sostener aquello que caía, no sola. Y sola era la única manera en la que podía hacer las cosas. No sabía con qué revocar las paredes, entonces hurgué en mi interior y vi que lo que me sobraban eran palabras, que estaba llena de ellas porque no había encontrado oídos dispuestos a sostenerlas. Estaban cargadas del polvo de la soledad y el enojo de la injusticia de haber sido descubiertas tan tarde. Saqué mis palabras cautivas y las usé para rellenar las paredes rotas. Cada uno de los escritos de este libro representa algún arreglo hecho en la pared de mi casa, alguna ruptura seguida de lágrimas. Así que no se asombren si las páginas sangran, lloran o ríen, contienen entre sus letras un poco de mí y quizás también algo tuyo. -Lucía y sus monstruos alados.
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