En medio del caos de la pelea, llegó hasta ella el rumor de destellos blanquecinos. Solo fue un segundo, pero sus ojos entrechocaron. Estaba recubierto de sangre y suciedad. Tenía un labio roto y parecía agotado, sediento. De nuevo, la culpa pesaba en los hombros de Lissette. Si tan solo no fuera ella la que estuviera en aquella situación... Pero el chico continuó peleando, a pesar de estar al borde del desmayo. Habían perdido la pelea. La habían perdido. Y, aunque quisiera gritar, de su garganta no salió más que un extraño sonido ahogado.