Abrió la puerta y el viento frío lo hizo temblar. Alfred aún no podía ver claramente quién era el loco que golpeaba la puerta, cuando fue embestido por un pecho frío y sólido. Instintivamente retrocedió y cayó al suelo, con el invitado no-invitado encima de él. - ¿Qué...? - Por favor, por favor, déjame quedarme... No he matado a nadie, no he matado a nadie... por favor. Era una súplica casi desesperada, llena de temblores y pánico. También era una voz que él conocía, aunque diferente de su tono habitualmente ligero. Alfred bajó la mirada incrédulo: cabello pálido, nariz prominente característica de los eslavos, iris violeta. Ivan Braginsky.All Rights Reserved