Giselle Malfoy creció en un hogar donde las creencias puristas reinaban. Su familia, parte de los Sagrados 28, le inculcó desde pequeña que su estatus era un privilegio y la guió hacia las artes oscuras. Sin embargo, a diferencia de lo que esperaban de ella, Giselle nunca mostró interés en estas ideologías. Desde temprana edad, dejó en claro su rechazo y se mantuvo firme en sus ideales, sin temor a desafiar las expectativas familiares.
Su determinación fue tal que su padre comenzó a distanciarse de ella, evitando mencionarla cuando sus contactos visitaban la mansión. En contraste, su hermano menor, Draco, era su orgullo, su todo, y no perdía oportunidad de resaltarlo.
Así, Giselle creció rodeada de actitudes y valores que detestaba, buscando refugio en los bosques, en sus amigos y, sobre todo, en lo místico.
La Élite de Hogwarts había ganado el respeto desde el primer momento en que los hijos de los héroes del mundo mágico empezaron a llegar al castillo. Imponían la moda, sus actos eran alabados y todos querían ser como ellos. A sus ojos, eran perfectos.
Pero había una persona que no compartía su opinión, odiando en secreto a cada miembro de la Élite por un motivo personal que la llevó a buscar los peores secretos de ellos y luego esparcirlos en todo Hogwarts.
Porque si la Élite le había arruinado la vida, se encargaría de arruinarles la suya.