Siempre tuve una fascinación con el fuego; como se veían las brazas encendidas formando un curioso color llamativo, que te atraía, que te quemaba, que te consumía.
A lo largo de los años intenté hacer una relación entre el fuego y el amor.
El amor es parecido, quema pero no de la misma forma. Quema de adentro hacia afuera, pero es un calor que te hace sentir vivo. Atrae. Atrae exactamente de la misma manera, quieres acercarte y tocarlo pero le temes, le temes porque sabes que puedes salir herido…
Y consume.
El amor me quemó en distintas ocasiones, también me hizo sentir viva, comenzó a dejar de atraerme después de varias quemaduras que me dejaron severas cicatrices, pero entonces llegó una flama distinta, una más viva, una más llena de color, con más oxígeno y esa, esa me consumió. Tomó todo de mí.
Comenzó con una chispa y me incendió, me hizo arder, me hizo sentir y luego él conmigo se consumió, cuando nos faltó el oxígeno nos consumimos juntos, yo fui cenizas, él no.
Asher pensaba que tenía una vida perfecta. Era el mejor en su equipo de hockey, tenía las mejores notas en la universidad y un grupo de amigos que parecían serle fiel.
Pero cuando conoce a Skye, la hermana de uno de sus mejores amigos cree que la chica está loca. Tiene una actitud tan dura que es difícil de romper y suele irritarlo todo el tiempo desde que se ha mudado a vivir con su hermano y él.
Y cuando los chicos del equipo le proponen que no conseguiría conquistar a alguien como Skye, lo ve como un reto que está dispuesto a jugar, una apuesta para conquistar el corazón de alguien como Skye es suficiente para que Asher acepte, pues es demasiado competitivo y no está dispuesto a perder su puesto en el equipo de hockey y pasarse el resto del año en la banca como le han apostado.
Sin embargo, a medida que conoce a Skye, Asher se da cuenta que la chica es todo lo contrario a lo que le ha tratado de demostrar, conquistarla no parece tan complicado como pensaba y el corazón de ella no parece ser el único en juego.