En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas:
1.- Un postre dulce.
2.- Un aroma delicioso.
3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel que los volvía inmortales, que los mantenía jóvenes, bellos... y que estaba prohibido para los mortales.
Y cualquiera de esas definiciones estaba bien, creía ella, porque las tres describían a la perfección su relación con Angelo: dulce, deliciosa y... prohibida.
Pero lo último también estaba bien, porque Angelo Petrelli era un Dios. El más hermoso de todos; fuerte, alto, elegante, tan guapo como inteligente y, aunque pudiera resultar impresionando lo anterior, para Anneliese lo único importante es que él siempre había estado ahí, para ella. Ellos crecieron juntos, como hermanos, pero realmente no lo son. Así que cree que comer un poco de la miel que le ofrece Angelo no hará daño a nadie... sin embargo, ella se olvida de que la ambrosía no está hecha para mortales, de que comerla siempre trae consecuencias lamentables y, sobre todo, de que desconoce los terribles detalles de su origen.
Sin embargo, tarde o temprano, los secretos siempre se descubren, y el que guardan Angelo y Annie no es, ni por asomo, el peor.
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