Un día simplemente abrí los ojos y vi la luz del sol entrar por mi ventana. El frío tenía la punta de mi nariz algo congelada con la sensación de las sábanas enredadas en mis piernas y rozando mi piel suavemente, mientras el sueño se despejaba lentamente. Fue en ese instante, por muy pequeño que fuera, que lo vi, tan claro como el agua cristalina. Todo el dolor vivido y esas lágrimas que siempre procuré jamás permitirme mostrar frente a nadie, por ningún motivo, el no ser débil a los ojos ajenos ser un pilar inamovible sin flanquear por algún motivo. Aunque no puedo decir que valieron la pena, me hicieron quien soy y, por fin, puedo decir que puedo ver el sol después de la tormenta. Y bueno, esta es mi historia.