En la tranquila mansión alejada de la civilización, Jungkook y Jin compartían lazos de sangre, pero su relación estaba enredada en los oscuros hilos de la opresión. Criados por la autoritaria nana Irene, la religión era el eje central de su educación, y sus vidas estaban delineadas por una estricta moralidad.
Sin embargo, para Jungkook, cada lección venía acompañada de la punzante maldad de Irene. Cada vez que intentaba interponerse entre su hermano mayor y la nana, recibía implacables cinturinazos en los hombros. A pesar de las heridas físicas, Jungkook persistía, desafiando silenciosamente las normas impuestas.
Jin, siendo un doncel en un mundo que despreciaba su existencia, soportaba en silencio el peso de los prejuicios. Obligado a realizar los deberes del hogar, encontraba consuelo en las mañanas, cuando curaba los golpes de su hermano con ternura y cuidado.
La figura de Irene proyectaba una sombra ominosa sobre sus vidas, pero Jin mantenía su espíritu inquebrantable. A pesar de las adversidades, su actitud positiva era una pequeña luz en la oscuridad de la mansión.
Cuando Irene falleció, la libertad parecía asomarse tímidamente, pero el temor los paralizó. Conscientes de que serían separados si revelaban la muerte de la nana, Jungkook y Jin optaron por el silencio. La mansión, lejana y oculta, se convirtió en su refugio del mundo exterior, y el miedo de perderse mutuamente les impedía dar el paso hacia la libertad.
Así, en esa mansión cargada de secretos y dolor, los hermanos se aferraban el uno al otro, encontrando consuelo en su mutuo apoyo, mientras el futuro les aguardaba con un destino incierto.