Irene Alcántara era una bruja buena (con una ristra de títulos muy pomposos) y Kristeva Kefta era su archienemiga. No tenían nada en común, excepto que todos los días coincidían en el cementerio y siempre se las apañaban para emborronar la línea que debería de haber entre ellas. ¿Puede un beso cambiar el curso de lo que está escrito?