Todo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta principal una lluviosa noche de julio, envuelto en una chaqueta demasiado grande. Y puesto que la querían, simulaban que era exactamente lo que el sexto conde de Penwood decía que era: la huérfana de un viejo amigo. Qué más daba que los ojos grises y los cabellos Castaño oscuro de Katy fueran idénticos a los del conde. Qué más daba que la forma de su cara tuviera un extraordinario parecido con la de la madre del conde, que había muerto recientemente, o que su sonrisa fuera una réplica exacta de la sonrisa de la hermana del conde. Nadie deseaba herir los sentimientos de Katy, ni arriesgarse a perder el empleo, haciendo notar esos parecidos.