Alastor resopló con burla. ¿Quién demonios se creía que era? Volver a dormir era lo último que él iba a hacer. No estaba dentro de sus planes quedarse a merced de un total desconocido. Alastor no podía darse el lujo de confiar en alguien a esas alturas de su vida. Por mucho que ese hombre le hubiese cubierto con una frazada para dormir o cantado una canción de cuna mientras acunaba dulcemente su mejilla contra la palma cálida de su pequeña mano. Alastor iba a permanecer consciente hasta descubrir cuáles eran los planes de ese desconocido. En la tercera ocasión que recobró la consciencia se cagó en dios.