Hablar sobre su padre nunca era apropiado, Hilda lo había entendido. Desde la solemne promesa de su madre de contarle cuando fuera mayor -un día que parecía nunca llegar- hasta la firme finalidad con la que su hermana una vez le dijo que no importaba si tenían un papá o no, porque no lo necesitaban cuando se tenían la una a la otra. Ambas respuestas le enseñaron a evitar la pregunta a toda costa, sin importar cuánto la atormentara. Lauren era la fuerte, nunca temía nada y siempre era confiable. Lo que hacía su claro malestar ante la mera mención del hombre aún más desconcertante. Pero era menos frágil que su madre, a quien Hilda había visto secándose las lágrimas poco después de haber preguntado por primera vez. Si alguien podía soportar la mención de lo innombrable, esa era su hermana...
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