La fe de Malthus nunca había sido tan estable como a él le gustaría admitir. Haber sido llamado un Santo en todo Bello Horizonte desde el momento en el que nació hizo que la vida de Malthus tomara una dirección que él nunca tuvo la oportunidad de escoger o cambiar. Su madre siempre le decía como él era su niño santo con el corazón más puro, mientras abrazaba con suavidad las mejillas de su hijo con sus manos ya arrugadas.