La Sangre también se esparce por el espacio

La Tierra del año 4321era muy diferente a la que conocíamos. Después de décadas de crisis climática, guerras, pandemias y desigualdad, la humanidad había logrado unirse bajo un gobierno mundial, que promovía la paz, la cooperación y el desarrollo sostenible. La tecnología había avanzado mucho, y se habían creado soluciones innovadoras para los problemas ambientales, sociales y económicos. La energía era limpia y abundante, gracias a las plantas de fusión nuclear y a las redes de paneles solares. La inteligencia artificial y la biotecnología habían mejorado la salud, la educación y la comunicación de las personas. La realidad virtual y la realidad aumentada habían ampliado las posibilidades de ocio, arte y cultura. Y lo más importante: la exploración espacial había alcanzado un nivel sin precedentes, gracias a la construcción de puentes Einstein-Rosen, que hicieron posible conectar puntos tan lejanos.
Los viajes intergalácticos se habían convertido en una realidad, y millones de personas se habían animado a participar en ellos. Algunos lo hacían por curiosidad, otros por aventura, y otros por ciencia. Había una gran variedad de destinos, desde planetas habitables y exóticos, hasta estrellas de neutrones y agujeros negros. Las naves espaciales eran cómodas y seguras, equipadas con sistemas de propulsión, navegación y defensa de última generación. También contaban con laboratorios, bibliotecas y salas de entretenimiento, para que los viajeros pudieran disfrutar de su estancia. Cada nave tenía un nombre, una personalidad y una historia, y se comunicaba con sus pasajeros a través de una voz amigable y una interfaz holográfica.