La antigua mansión en el bosque, con sus secretos y maldiciones, parecía un enigma que los jóvenes aventureros no podían resistir. Cataleya, la valiente arqueóloga, se encontraba en el corazón de esta intriga, decidida a desentrañar la verdad oculta tras los muros polvorientos. El diario amarillento, con sus páginas llenas de advertencias y promesas, guio a los exploradores hacia una puerta secreta en el sótano. Al abrirla, se encontraron con un pasadizo subterráneo que los condujo a una caverna oscura. Allí, en el centro, un altar rodeado de velas parpadeantes aguardaba. El diario mencionaba un conjuro prohibido que prometía riquezas y poder, pero a un alto costo. Con el corazón latiendo con fuerza, Cataleya pronunció las palabras del conjuro. Las paredes temblaron, y una figura sombría emergió de las sombras. Era un espíritu vengativo, atrapado durante siglos, cuya voz resonó en sus mentes, advirtiéndoles sobre la fuerza que habían liberado. La entrada se cerró detrás de ellos, y la mansión comenzó a desmoronarse. Enfrentando sus peores miedos, los jóvenes llegaron a la última habitación. Allí, confesaron sus demonios internos: culpas, secretos y arrepentimientos. Cataleya, con lágrimas en los ojos, reveló su mayor temor: perder a su hermano en un accidente. El espíritu se detuvo, mirándola con ojos insondables. ¿Qué precio pagarían por su osadía? ¿Podrían escapar con vida de la mansión embrujada y liberar al espíritu de su tormento? Solo el tiempo y sus propias almas lo dirían.