Emily había crecido en un hogar de alta exigencia, donde la perfección era el único camino aceptable. Sus padres, ambos músicos reconocidos en el mundo de la música clásica, habían moldeado su vida alrededor de su talento para el violín. Sus padres, aunque orgullosos de su talento, parecían nunca estar satisfechos. Pero Emily nunca había sentido la pasión por la música que sus padres tenían. Para ella, el violín era más una carga que un placer.