A lo largo de nuestras vidas nos enfrentamos al dolor, en ocasiones por nuestra culpa y en otras por segundas personas. Pero no hay dolor más grande que el de perderlo todo, casa, amigos, familia y a ti mismo. No existe nada peor que perderse a sí mismo, el no saber. ¿Quién eres? ¿Qué debes hacer? ¿Por qué te pasan esas cosas a ti? , ¿Qué fue lo que hiciste? ¿En verdad lo merecías...? Hay personas que disfrazan el dolor con una sonrisa o con una expresión dura e inquebrantable, pero hay otras que aprenden a vivir con él, lo hacen parte de su día a día y lo vuelven su motivo de vida... O venganza. Yo soy una parte de las dos, vivo con el dolor y lo uso como incentivo. Dicen que los recuerdos lo son todo, ¿pero qué pasa cuando no los tienes? Los recuerdos son remplazados por mentiras que las personas que tú crees conocer te cuentan y la confianza se pierde cuando descubres que todo este tiempo has vivido con el enemigo. No puedes culparte por ser tan ciego. Dios no nos creó para vivir llenos de dolores. Sin embargo, sí nos pone a prueba durante toda nuestra vida, quitándonos a nuestra madre o padre, en algunos casos a ambos y de una manera inuhama, y es ahí donde una pequeña de tan solo cinco años empieza su historia con la traumática pérdida de sus padres. Las únicas personas que se suponen que te protegen de todo y sobre todo, las que te amban incondicionalmente, las pierdes. Una noche bastó para marcar la vida de una niña. Es ahí cuando piensas que todo lo que crees o que creías es una farsa, una hipocresía. Nadie te preparó para ese momento de realización, donde todo a lo que te aferabas en busca de consuelo solo era un placebo que te evitaba ver la cruda realidad. Una vida llena de perdidas, traiciones y secretos.