Después de una serie devastadora de guerras nucleares, la tierra quedó estéril y desolada. La fertilidad de la tierra desapareció por completo, dejando a la humanidad luchando por sobrevivir en un mundo desprovisto de recursos básicos para la agricultura y la alimentación. Con vastas extensiones de tierra convertidas en páramos áridos y estériles, la desesperación se apoderó de las poblaciones restantes. La magnitud del desastre nuclear dejó a la humanidad en la oscuridad con respecto a la cantidad de personas que quedaron vivas en otras partes del mundo. El sol ardiente irradiaba la tierra, haciendo que las condiciones fueran extremadamente inhóspitas para la vida. Sin embargo, cuando caía la noche, las temperaturas descendían drásticamente, sumiendo al mundo en un frío glacial que desafiaba aún más la supervivencia de la humanidad. En este entorno desolado, los humanos se vieron obligados a adaptarse rápidamente y a buscar formas innovadoras de sobrevivir. La escasez de alimentos y agua potable se convirtió en una realidad cotidiana, y las enfermedades causadas por la radiación y la contaminación se extendieron rápidamente entre las poblaciones supervivientes. La lucha por los recursos básicos llevó a conflictos y enfrentamientos entre grupos de supervivientes, creando un paisaje social tenso y peligroso.