En las calles oscuras de Londres, por allá por el siglo XIV, se paseaba una figura masculina de delicados rasgos con un cigarrillo en la mano, era lo que decían los rumores. Cuando el trabajo de mensajero de Fred Porlock buscando personas en busca de ayuda del señor del crimen disminuyó notoriamente, fue casualmente cuando aquella misteriosa persona llegó. Cómo no iba a quedarse de brazos cruzados William James Moriarty, el señor del crimen se puso manos a la obra. El señor del crimen la atraparía.