Ninguno tuvo las cosas fáciles. Uno vivió circunstancias que lo marcaron tanto cuando era más joven, que lo llevaron a sumergirse en el hermetismo para protegerse. Fue el instinto de supervivencia de un perro apaleado por la vida. El otro tomó un camino distinto ante los golpes, un camino más peligroso y arriesgado; el único que conocía. Se mueve en la oscuridad de las calles y se aleja de la luz cuando escucha las sirenas. Ambos se reúnen de vez en cuando para sacarse las ganas, para lamerse las heridas, casi sin saberlo. La vida parece más fácil así, sin ataduras, sin correas que los aten a lo que ninguno cree que quiere o necesita.