"Para ese entonces, todos habían asumido que Yatsar era la capital del mundo. El imperio ocupaba casi toda la elipse, y si seguían conquistando más allá de sus bordes, podrían tocar las tierras de los dioses y, así, enfurecer a El'Sh. Siete reyes lo gobernaban y siete duquesas los guiaban, elegidos por los mismos ciudadanos a mano alzada. La familia de Baruc IV Mobarach tenía la línea más larga de reyes, a lo largo de las generaciones."
Así comienza el relato de las dos personas más inusuales del gran imperio: Baruc y Laida. Ambos descienden de estirpes nobles, y se les ha inculcado, desde su niñez, el sentido del deber. Sin embargo, cada uno a su manera, ellos son distintos. Baruc nunca se interesó por la guerra ni el combate, y los números se le daban mal. Laida no tenía ninguna afinidad con el arte, mientras que Baruc debía ocultarse para pintar y esculpir. Ella soñaba con que los enemigos de Yatsar temieran su figura, sosteniendo una espada, y su nombre se pronunciara con miedo. A Baruc no le gustaba molestar a nadie; prefería criticar por dentro y, silenciosamente, alejarse de quienes le incomodaran. Laida era tan impulsiva como mesurado era Baruc, y éste era tan soñador como práctica era la joven.
Eran tan diferentes entre sí que hacía gracia. Baruc juró a Laida que, ellos dos, crearían un mundo nuevo. Ella le creyó. Y eso causó el mayor desastre que el gran imperio conoció jamás, desde los tiempos de Andos el Temible y Greo el Injusto. Debían haberlo sabido; en Yatsar no conviene perturbar la paz de los dioses.
En un mundo donde la supremacía de los alfas es incuestionable, Sergio se ve obligado a huir a Inglaterra, donde se verá involucrado con Max Verstappen Líder de una de las mafias más peligrosas de Turquía.
Esta es una adaptación
La obra no es mía
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