Mi abuelo me dijo una vez, que había unas diosas, de las cuales nadie había escrito, ningún poema habían merecido y ningún cincel había hecho magia sobre el mármol querido. Todos los poetas y escultores se fueron por la belleza, las miradas, lo labios y el aliento. Atenea, Hera y Afrodita copaban las más elegantes salas, los más bellos jardines, los palacios más majestuosos, y las cortes imperiales más ostentosas. Se hacían concursos de bellezas donde ellas, con toda su bondad, bajaban a la Gea, con los mundanos, los etéreos, los de adentro. Algunas veces ganaban, algunas veces los laureles de la gloria eran para otras, dando castigos con eternos ecos.