Mi abuelo me dijo una vez, que había unas diosas, de las cuales nadie había escrito, ningún poema habían merecido y ningún cincel había hecho magia sobre el mármol querido. Todos los poetas y escultores se fueron por la belleza, las miradas, lo labios y el aliento. Atenea, Hera y Afrodita copaban las más elegantes salas, los más bellos jardines, los palacios más majestuosos, y las cortes imperiales más ostentosas. Se hacían concursos de bellezas donde ellas, con toda su bondad, bajaban a la Gea, con los mundanos, los etéreos, los de adentro. Algunas veces ganaban, algunas veces los laureles de la gloria eran para otras, dando castigos con eternos ecos.
Los dragones convirtieron en dioses a los Targaryen; gracias a ellos ganaron guerras y conquistaron los siete reinos. Pero sin ellos no eran nada, solamente simples mortales.
La casa Targaryen se había dividido en dos colores, verde y negro, desatando una sangrienta guerra por el trono de hierro. Las casas de Westeros levantaron sus estandartes y chocaron el acero de sus espadas, pero cuando los dragones entraron al juego, fue la destrucción total.
❝ ᴜɴ ᴅʀᴀɢᴏɴ ꜱɪɴ ᴊɪɴᴇᴛᴇ ᴇꜱ ᴜɴᴀ ᴛʀᴀɢᴇᴅɪᴀ, ᴘᴇʀᴏ ᴜɴ ᴊɪɴᴇᴛᴇ ꜱɪɴ ᴅʀᴀɢᴏɴ ʜᴀ ᴍᴜᴇʀᴛᴏ. ❞
-𝐑𝐞𝐛𝐞𝐜𝐚 𝐘𝐚𝐫𝐫𝐨𝐬.