-La escucho, hija. -Vengo a confesarme, padre. He pecado ante los ojos de Dios y he sido débil cediendo a los deseos de la carne. En mi cuerpo solo se aloja el deseo y la lujuria. No puedo dejar de sentir que estoy poseída por el mismísimo satanás. Tengo pensamientos impuros por un hombre que parece haber salido del infierno y que anda disfrazado de cordero esperando el momento para atacar a su presa. ¡Yo soy su presa, padre! Y solo un demonio como ese podría llevarme hasta el borde del abismo para luego dejarme caer en él, mientras siento el fuego del deseo recorrer mi piel. Mi alma se ha corrompido, padre, pero ya lo sabía, ¿verdad? Lo sabía porque quien la ha corrompido, quien ha metido en mi alma esta sed lujuriosa que me quema por dentro, ha sido usted. Y lo peor de todo es que... no sé si quera detenerme.
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