Desde que tengo memoria, bailar ha sido mi hogar. Comencé por ballet, más tarde bachata, salsa, chachachá merengue, danzón, flamenco, wow, aquí amamos el flamenco, bueno... y en todo España.
Recuerdo bailes escolares, fiestas familiares, concursos de baile, mi madre tocando el piano para mí, para verme dar saltos creyéndome bailarina a los 4 años, tardes de diversión con Grace, mi mejor amiga, todos esos momentos en dónde pude sentirme la estrella más grande del cielo azul, la ola más alta del mar, la colina más verde y floreada del paisaje.
Bailar siempre me hizo feliz y se lo debo en gran parte a mi padre, quien me enseñó a amar el baile y apasionarme en la vida tal como en el baile. Pero aún estoy descubriendo como demostrar frente a todos, esas cosas que amo hacer, sin penas, preocupaciones o inseguridades. Supongo que es algo común, pero me sigue asustando.
Nunca pensaría que llegaría hasta aquí, si parece que fue ayer cuando nací. Intento contener las lágrimas para no comenzar una llorera. Ja, si estuviera aquí mi madre me diría: "Olivia, si vas a llorar vete a la llorería" seguro que lo diría.
A veces pienso que irse de casa para comenzar tu nueva vida no es tan malo, que sí, sé que puede doler porque al final te acabas despidiendo de tus seres queridos, de viejas costumbres y el lugar donde creciste el cual en su vez llamaste hogar. Pero ha veces pienso que no está mal en coger una maleta, tomar un transporte para irte a ese tal sitio que tanto deseabas ir desde bien pequeña y de experimentar cosas nuevas; por lo menos eso es lo que pienso yo.
Pero las aventuras e ideas que pensé en su momento para poder realizarlas cuando llegara a mí destino... se nublaron cuando de repente la conocí a ella.
La pelinegra de ojos oscuros, con un buen estilo, increíblemente atractiva y a la vez tan misteriosa.