En los recovecos de mi memoria perdura la imagen de sus ojos, aquellos que descubrí por primera vez en la secundaria y que sembraron en mí la semilla de la esperanza, la esperanza de seguir adelante y perseguir mis sueños. Durante años, fuimos amigos íntimos, compartiendo risas, secretos y momentos inolvidables. Sin embargo, como a veces sucede en la vida, las circunstancias nos separaron y tuvimos que seguir caminos distintos.
Fue en mi primer semestre en la universidad, estudiando Administración, cuando el destino decidió volver a cruzar nuestros caminos. Al verlo de nuevo, noté que había cambiado, pero su esencia seguía siendo la misma que me había cautivado años atrás. En ese momento, un torbellino de emociones y preguntas invadió mi mente. ¿Sería prudente confesarle los sentimientos que durante tanto tiempo mantuve ocultos? ¿Podría arriesgar nuestra amistad en pos de algo más profundo? ¿Y qué pensarían los demás si supieran de estos sentimientos que albergaba en mi corazón?
Me debatía entre el miedo a perder su amistad y la esperanza de que quizás, solo quizás, él pudiera corresponder a mis sentimientos. Sin embargo, más allá de mis propias dudas, estaba el temor al qué dirán, a la opinión de los demás, que a menudo dicta el rumbo de nuestras decisiones más íntimas. En medio de esa encrucijada emocional, una certeza se imponía: mis sentimientos hacia él eran genuinos y profundos, y no podía ignorarlos por más tiempo.
Abbie tiene un problema y la solución está en la puerta de al lado.
¡Ella no ha hecho nada malo! Sin embargo, su excompañera de hermandad la ha puesto en un aprieto en donde su futuro universitario pende de un hilo.
Con el tiempo corriendo, pánico y una mejor amiga experta en dar soluciones, Abbie explora las opciones, pero no tarda en darse cuenta de que Damiano, el frío jugador de hockey y su ceñudo compañero de piso, es la respuesta.