“— Pero ¡¿por qué no me dejas ayudarte?!.— le grité con un tinte desesperado en la voz. No podía dejarme así, con la preocupación nublándome los pensamientos al verla de ese modo. Simplemente no podía. Giró lentamente su cuerpo, permitiendo que nuestras miradas se encontraran como muchas veces había hecho antes. La miel y la noche. Las lágrimas y la impotencia. — Porque ése no es mi mayor problema.”
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