Era de noche y el silencio reinaba en la habitación. La luz de la luna se filtraba por la ventana, iluminando suavemente el rostro de ella, mientras dormía profundamente. En sus sueños, él estaba presente, como siempre. Era su razón de ser, su estrella guía en la oscuridad. En cada suspiro, en cada pensamiento, él estaba ahí. Su presencia se hacía sentir de una manera tan profunda que ella no podía evitar anhelar el momento en que pudieran estar juntos, sin ningún tipo de sufrimiento. En sus sueños, ella volaba a su lado, navegando por mares de pura felicidad, donde todo era perfecto y nada podía perturbar su paz. En esos momentos de ensueño, ella podía sentir la calidez de sus brazos envolviéndola, brindándole la paz que tanto anhelaba. Cada beso suyo era como un bálsamo para su alma, cada palabra que pronunciaba era música para sus oídos. En cada sueño, lo dibujaba en su mente, capturando cada detalle de su sonrisa, de su mirada, de su presencia tan latente en su corazón. Aunque el día pasara y la noche llegara, en sus sueños él siempre resplandecía. Era su motivo para despertar cada mañana, con la esperanza de que algún día pudieran estar juntos en la realidad. En cada latido de su corazón, ella escuchaba su nombre, recordando lo que significaba para ella, cómo había transformado su vida en algo tan especial. Y así, ella se sumergía en ese sueño donde él y ella eran uno, donde el tiempo se detenía y en sus brazos encontraba el camino. En ese mundo paralelo, donde todo era posible, donde el amor reinaba por encima de todo, Ana encontraba la felicidad que tanto ansiaba en su vida real. Y así, mientras dormía, sabía que él seguiría estando en sus sueños, siempre presente, siempre amado. Porque en ese mundo onírico, donde todo era perfecto, ellos eran eternos. Y ella sabía que, mientras pudiera soñar con él, su amor perduraría para siempre.All Rights Reserved
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