Gota a gota, la paciencia se consumía. Cansados. Heridos. Molestos.
La astucia que una vez se volcó en buscar una salida, en suplicar por un lugar de la luz, ahora se convertía en un arma afilada. Una herramienta para hacer sangrar, para hacer pagar, para lucrar con el dolor ajeno.
El verde, símbolo de esperanza, se teñía de carmín.
Y la manipulación, antes contenida por miedo al juicio, se liberaba con crueldad. Ya no dudaría en quebrar mentes, en borrar razones, en forzar cuerpos a traicionar su voluntad.
A eso estaban destinados.
El estratega que dejo de creer.
El ejecutor que dejo de contenerse.