En la carretera aproximadamente entre las diez y once de la noche, una persona de la tercera edad realizaba una llamada telefónica a la estación de policías, repetía constantemente que había un oso herido en medio del camino. Mientras bajaba del gran camión que transportaba vegetales, con cautela se iba acercando al animal y afirmaba fuertemente el teléfono a su oído. La espesa nieve, que ahora estaba teñida de un leve color rojo, crujía en cada una de sus pisadas. Inhalando profundamente, el pánico se coló en cada una de sus extremidades, un grito ahogado salió de sus labios, ese oso no era un oso, era un chico.