Jenny había comenzado a trabajar recientemente. Algo que la ilusionaba pues hacía poco que su vida había dado un giro de ciento ochenta grados pues, emigró de su país donde la mugre y la pobreza lo impregnaba todo, además de la corrupción de los políticos que era el pan nuestro de cada día. Ahora en cambio, en su nueva residencia todo era mucho más luminoso, la gente era amable con ella y su madre y se podía salir a la calle con total seguridad. No como en su país, ¡donde la noche era oscura y albergaba horrores! De forma que estaba encantada. Había comenzado su trabajo como acompañante de personas mayores. Nada del otro mundo, sólo tenía que sacarlos a pasear y estar con ellos una hora. Pero había alguien especial, un abuelo de más de setenta años que la trataba como a su nieta preferida aunque en realidad no era abuelo y no tenía nietos, pues tampoco tuvo hijos. Le contaba historias de su pasado y la hora que disfrutaban juntos se le hacía corta, ¡quedándose siempre con ganas de más! Roberto, que así se llamaba su abuelo especial, la miraba con unos ojos penetrantes que le atravesaban el alma...