Un día paseando

Era un día soleado y decidí dar un paseo por el parque para despejar mi mente. Mientras caminaba, me encontré con un hombre de color que se acercó a mí ofreciéndome yerba. Yo lo rechacé educadamente y continué mi camino, pero el hombre parecía no querer dejarme ir.

Comencé a sentir un escalofrío recorriendo mi espina dorsal cuando me di cuenta de que el hombre me estaba siguiendo. Traté de acelerar el paso, pero él mantenía el mismo ritmo, sus ojos fijos en mí. Finalmente, decidí confrontarlo y le pregunté por qué me seguía.

El hombre me miró con una sonrisa siniestra en el rostro y me dijo que tenía algo importante que decirme. Me contó que la yerba que me ofrecía no era una simple droga, sino que tenía poderes misteriosos que podrían cambiar mi vida para siempre. Intrigado por sus palabras, decidí escuchar lo que tenía que decir.

El hombre me llevó a un lugar apartado del parque y me mostró una extraña planta que nunca antes había visto. Me explicó que esa era la yerba especial que tenía el poder de conceder deseos, pero que también traía consigo un gran peligro si se usaba de manera incorrecta.

Quedé fascinado por la historia del hombre y la planta misteriosa, pero al mismo tiempo sentí un profundo escalofrío. ¿Debería creer en las palabras de un extraño que me seguía por el parque? ¿Podría ser cierto que esta planta tenía un poder tan grande?

En ese momento, tomé una decisión. Agradecí al hombre por su historia, pero le dije que no estaba interesado en comprar su yerba. Me alejé rápidamente, con la sensación de que acababa de escapar de algo peligroso y misterioso.

Desde ese día, nunca más volví a ver al hombre de la yerba en el parque. Pero la historia de aquel encuentro quedó grabada en mi mente para siempre, recordándome que a veces las cosas más misteriosas y tentadoras pueden resultar ser las más peligrosas.