La noche en Buenos Aires se vestía de gala, con estrellas que parpadeaban como aplausos silenciosos a la escena que se desplegaba en un rincón íntimo de un café bohemio. Entre las sombras y la luz tenue, dos almas se encontraban, sus corazones latiendo al compás de una melodía no escrita.
Juani, con su encanto argentino, miró a Giorgia a través de la mesa, sus ojos brillando con un afecto profundo.
°Escuchame, Gigi, sos la luz de mis días, la musa de mis noches -comenzó, su voz era un murmullo lleno de promesas- Desde que entraste en mi vida, cada momento se ha transformado en una aventura, cada día es un descubrimiento -continuó Juani, su voz cálida como el abrazo del sol al amanecer- Eres la melodía que siempre quise cantar, la historia que anhelaba vivir.
Giorgia con la gracia y el encanto que la caracterizaban, le sonrió a Juani, su sonrisa era un refugio seguro en un mundo de incertidumbre.
°Juani, tú eres mi canción favorita, la que nunca me canso de escuchar -dijo ella, su voz era tan reconfortante como la brisa del océano- Contigo, cada risa es un poema, cada sueño es una posibilidad.
Ellos se inclinaron sobre la mesa, sus frentes se tocaron suavemente, compartiendo un momento de perfecta armonía.
°Te prometo, mi cielo, que estaré contigo en cada nota, en cada verso -susurró Juani, su promesa era tan eterna como el cielo nocturno-
°Y yo estaré contigo, mi amor eterno, en cada paso, en cada palabra -murmuró Gigi, su compromiso era tan inquebrantable como las montañas-
En ese instante, el café y la ciudad desaparecieron, dejando solo a Juani y Gigi, dos almas unidas por un amor tan profundo como el mar, tan verdadero como la tierra bajo sus pies, y tan infinito como el cielo sobre sus cabezas.
Así se sella el comienzo de su historia, con un encuentro lleno de ternura y promesas, un capítulo inicial en el libro de un amor que promete ser tan inmortal como las estrellas que testificaron su nacimiento.
¿Qué pasaría si una preadolescente entrara al juego del calamar? Todos los jugadores tienen deudas, problemas, algo que los llevó ahí... pero ella no.
Nadie le dio la tarjeta, nadie pensó en reclutarla. Sin embargo, no podían sacarla.
Era demasiado tarde; ya era parte de los juegos.