Bajo el cielo plomizo de la China milenaria, donde la tinta se convertía en lágrimas y el pincel en un arma letal, vivía Xiàng Mei, una joven cuya alma había sido quebrada por la furia mongola. Su familia, otrora próspera y respetada, había sido víctima de la barbarie invasora, dejando a Mei huérfana y sedienta de justicia.
A igual que muchas de las mujeres de su época, Mei no poseía habilidades para la guerra ni la intriga palaciega. Su único consuelo era el arte, un refugio donde podía plasmar su dolor y su ira en trazos de tinta sobre seda y papel. Sus pinturas, impregnadas de una emotividad cruda y visceral, capturaron la atención de los nobles y eruditos, quienes veían en ellas un reflejo del alma atribulada de la joven.
Un día, la fama de Mei llegó a oídos del mismísimo Emperador, el mismo hombre que unificó toda China en una nación. Intrigado por el talento de la joven pintora, el Emperador la convocó a su corte, donde quedó cautivado por la belleza y la profundidad de sus obras.
Mei, al ver la fascinación del Emperador por su arte, vislumbró una oportunidad para saciar su sed de venganza. Con astucia y sutileza, comenzó a infundir en sus pinturas mensajes ocultos, críticas veladas al régimen mongol y llamados a la rebelión. Cosa que terminó por fascinarle al Emperador.
A pesar del riesgo, Mei estaba dispuesta a llegar hasta el final. Su familia no descansaría en paz hasta que los mongoles pagaran por sus crímenes. Y ella, utilizaría las únicas armas que conocía, la tinta y el pincel, para librar su batalla y reclamar la justicia que tanto anhelaba.Tous Droits Réservés